“Querida Hermana Wixom:
Cuando yo era un niño muy pequeño, mi padre no era miembro de la Iglesia y mi madre se había distanciado de cualquier participación en la misma. A pesar de su inactividad, ella sintió que la Iglesia tenía buenas actividades para los niños así que me llevaba a la Primaria cada martes por la tarde. No recuerdo tener muchos amigos en la Primaria. Recuerdo que me sentaba apartado de mi clase, al fondo del salón. Debería haberme sentido solo pero no lo hice. En vez de eso, sentí calidez. Sentí amor. No sabía lo que era en ese momento pero ahora lo sé, era la presencia del Espíritu Santo. Vino de las líderes de la Primaria que me saludaban, vino de la hermana que enseñaba la música, vino de mi maestra. Ellas irradiaban el amor del Salvador. Estoy seguro de que tenían maestros que faltaban, o actividades que pensaban que no habían resultado tan organizadas como podrían haberlo sido. Seguramente tenían sus propios problemas personales con los que estaban lidiando, y sin embargo, nunca nada de eso llegó hasta mí. Ellas solo colocaban sus brazos a mí alrededor, parecían genuinamente felices de verme y me hacían sentir como si fuera un pequeñito muy importante.
Recuerdo un día en que estaba sentado al fondo del salón, escuchando a una de estas hermanas contar la historia de José Smith y la Primera Visión. Recuerdo un sentimiento especial en mi corazón, mi corazón de ocho años. Mis padres eran amorosos, buenas personas, pero no había enseñanzas del Evangelio en mi hogar y yo quería volver a la Primaria. Quería experimentar esos sentimientos de nuevo.
Aquellas hermanas angelicales plantaron semillas de verdad en mi pequeño corazón que nunca me abandonaron. Su influencia me guio mientras me graduaba de la Primaria, recibía el Sacerdocio Aarónico, y aun sin padres a mi lado, crecía en el Evangelio. Su influencia me inspiró a servir en una misión, casarme en el templo y criar una familia de nueve maravillosos hijos, quienes también han disfrutado de las bendiciones de la actividad plena en la Iglesia.
Lo único que lamento es no poder agradecer a esas maravillosas hermanas. Recuerdo sus rostros. Recuerdo cómo me hacían sentir. Recuerdo cómo sus palabras me llenaban de sentimientos que nunca había experimentado antes. Pero no recuerdo sus nombres. Y aun si así lo hiciera, la mayoría de ellas muy probablemente ya han sido llamadas a casa. Aun así, fueron mis salvadoras en el monte de Sión. Ellas alteraron significativamente el curso de mi vida. Y sin embargo, nunca lo supieron.
No puedo agradecerles, Hermana Wixom, pero usted sí puede. Puede agradecerles a aquellas, que como ellas, sirven desinteresadamente, con amor y con el Espíritu; y que seguramente no son conscientes del tremendo impacto que su servicio está causando en los tiernos corazones de aquellos a quienes sirven. Por favor, agradézcales por mí. Por favor, agradézcales en nombre de todos esos niños cuyas vidas han cambiado por el poder de su bondad. Por favor, dígales que nunca subestimen la influencia de su servicio.”
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