LIAHONA/NOVIEMBRE de 1981
por Paul H. Dunn
de la Presidencia del Primer Quórum de los Setenta
Mis queridos amiguitos:
Quisiera hablarles de una de las experiencias y bendiciones más emocionantes que pueden tener en esta vida: el privilegio de ser misioneros. Con esto no quiero decir que tienen que serlo sólo cuando sean mayores, sino que me refiero a ahora mismo. Hoy mismo pueden comenzar. Déjenme decirles dos cosas que pueden hacer.
Lo primero es ser un buen ejemplo. Muchas personas se interesan en la Iglesia por el buen ejemplo que han visto en los miembros. Hace algún tiempo, una pequeña llamada Jessica invitó a una de sus amiguitas que no era miembro de la Iglesia a jugar en su casa. Mientras jugaban, la amiguita usó el nombre de nuestro Padre Celestial en vano (véase Éxodo 20:7). Jessica necesitó armarse de valor, pero le dijo: "Lo siento, pero no te puedo permitir que nombres a nuestro Padre Celestial en esa forma." La otra niña no se enojó; en cambio, le preguntó cuál era el motivo de esa prohibición. Y esta pregunta permitió a la pequeña dueña de casa hablar a su amiga acerca de la Iglesia.
Jesús enseñó: "Así alumbre vuestra luz delante de los hombres, para que vean vuestras buenas obras, y glorifiquen a vuestro Padre que está en los cielos" (Mateo 5:16). Con esto nos instruye para que dondequiera que estemos seamos buenos ejemplos.
Lo segundo es ser un buen amigo, o sea una persona que trata de ser amiga de los demás y los invita a las actividades de la Iglesia. A veces es difícil ir a un lugar donde no se conoce a nadie; pero si se tiene un amigo todo es mucho más fácil. Esta lección la aprendí de una de nuestras hijas.
Al acercarse el día en que empezarían las clases, estaba un poco nerviosa porque tenía que ir a una nueva escuela. Su mamá y yo le dijimos que todo iría bien, pero el primer día estaba realmente asustada, y nos dijo:
— Creo que es mejor que hoy no vaya a la escuela.
Decidimos que sería mejor que yo la acompañara. Cuando llegamos no quería entrar, de manera que la tomé de la mano. Mientras caminábamos se me agarró de una pierna, y al llegar adentro ya se me aferraba a las dos. Estaba realmente asustada. Entonces sucedió algo maravilloso; junto con nosotros entró una simpática niña que al ver a mi hija se acercó corriendo y le dijo:
— ¡Hola, Kellie! ¿Cómo estás?
En cinco segundos mi hija olvidó todo su miedo. Esta pequeña le había demostrado amistad y ella había perdido el temor.
Si son buenos amigos y llevan a sus conocidos a la Primaria o a la Escuela Dominical, ellos podrán sentirse cómodos en la Iglesia; de esa manera ustedes serán grandes
misioneros.
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